Wednesday, May 03, 2006

poética de la antología


Lo dije el otro día (en el Mercurio):

A lo mejor hago una antología. En el blog. Tengo ganas. No tengo idea sobre qué pero una antología al fin y al cabo. Hay dos razones. 1) están de moda las antologías, y 2) las antologías son polémicas. En un país donde la literatura le importa mucho sólo a unos pocos, hacer una compilatoria –repito: no importa el tema- es un modo más o menos expedito de conseguir algo de revuelo mediático. Desde los adolescentes Anguita y Teitelboim –que dejaron se olvidaron de la Mistral y le rindieron una pavorosa cantidad de honores a Huidobro- hay una larga tradición nacional donde las antologías son bombas de racimo en una guerrilla literaria que ha dejado mutilados y muertos en el camino. Porque hasta la más académica de las compilaciones ha provocado una que otra herida en la piel de los autores nacionales. Sin ir más lejos, el poeta Germán Carrasco –antologador de “Al Tiro”, selección for export de ciertos poesía noventera chilena- disparaba hace unas semanas en esta misma revista contra “Gutiérrez”, personalísima y divertida caja de lecturas armada por Andrés Braiwaithe. No tengo idea qué motivaba la ira de Carrasco –¿no estar ahí?¿el nombre?¿que Braitwaithe no le pusiera prólogo, epílogo o no explicara nada del texto?¿el color de la portada?¿la invitación a un celebrity deathmatch entre antologadores?- pero es una ira algo aleccionadora del espíritu del género, las ronchas en la piel sensible de turno. Por otro lado, dejando los conflictos aparte, se trata de una pequeña -y algo estúpida, a ratos- tradición nacional: nuestras mejores antologías literarias son aquellas que hacen de sus imperfecciones un ejercicio de estilo, capturando estados de ánimos, consignando errores o vanidades y valentías para la posteridad. Hay de todo en eso. Efectos diversos: el arrojo de los trabajos de Ramón Díaz Eterovic y Diego Muñoz Valenzuela en los 80; la vacuidad de artefactos como “Los pecados capitales”, perfecta síntesis de la vacuidad de nuestra Nueva Narrativa Chilena; el karma de superarse a sí mismos para ciertos escritores post adolescentes compilados en “Cuentos con walkman” o “Disco Duro” de la vieja Zona de Contacto; el infiernillo provinciano de “Cantares”, la panorámica de la novísima poesía chilena perpetrado hace un par de años por Raúl Zurita. Cada uno de esos textos es una foto sacada a un presente de nuestra literatura. Ahí están sus vicios desechables, flaquezas, mezquindades y horrores. Sus modas. Están los ejercicios de sobrevivencia, las lecturas del día, las poses y mohines de nuestra ficción y poesía. Pero también esta otra idea de que las buenas antologías son escrituras sin escritura por parte de los antologadores. Porque si bien, no hay nada más impresentable que antologarse a sí mismo; tampoco no hay nada más extraño que escribir una novela o un poemario con la literatura de los otros. Los buenos antologadores son así, gente que es capaz de trazar y cortar y pegar y montar la obra ajena como si fuera propia, buscando hilos, oscureciendo e iluminando sentidos, trazando conspiraciones y descubriendo secretos. Gente que simplemente supera su silencio con la voz de los otros, que hace de sus obsesiones un kit para armar. Y esa, por cierto no es una mala consigna y tiene de algo de punk, de hazlo tú mismo. Una buena antología –como la mentada “Gutiérrez”, como “Zur Dos” de Yanko González/Pedro Aaraya- siempre es arbitraria e inútil. Siempre es irónica. Está llena de errores, de olvidos, de presencias injustificadas. Una buena antología es un golpe contra el canon, contra las buenas conciencias de la literatura, esforzadas como están por mantener cierto estúpido status quo de nuestra literatura.

Y aquí lo cumplo:

Cinco páginas esenciales

1-. Estúpidas portadas de viejos cómics DC

2-. Glam & Punk & Japan (Baradit se compró el maldito libro)

3-. Estúpidos argumentos de Hollywood nunca filmados

4-. Covers de canciones como arte.

5-. Un extraño foro de Indonesia desde donde descargar cómic books americanos.